Acción Ecológica opina
Serie “Se acaba la balsa en el Ecuador”
Desde las vías y los ríos amazónicos se ven aserraderos de balsa. Cortados en pequeños pedazos de madera de alrededor de un metro treinta, se van todos iguales, mismas dimensiones y apilados uno encima de otro; listos y esperando ingresar al camión que los transportará con destino a alguna empresa maderera en la zona costera. En Santo Domingo o Guayaquil se compra la balsa, también llamada boya, cargada en camiones a un precio que depende del mercado internacional.
En las comunidades, los trabajadores, sobre todo indígenas de la zona, cortan, apilan y cargan. Si acaso cobran el jornal mínimo, de 10 a 15 dólares el día trabajado. Esta cantidad es mucho más de lo que ganarían por la venta de racimos de plátano o chonta. Como suele ocurrir, luego de recibir la paga, salen a la ciudad el fin de semana y se lo gastan en alcohol. Por su parte, las mujeres de las comunidades cocinan para los trabajadores y también se ganan su platita con la que compran alimentos para la familia. Con la fiebre de balsa, la dinámica comunitaria ha cambiado. Se ha instaurado una nueva dependencia que afecta a la autonomía de las comunidades indígenas del suroriente de la Amazonía ecuatoriana.
Los intermediarios, generalmente foráneos, responden a las demandas de las empresas madereras y estas, a su vez, a la demanda de China de balsa para la fabricación de aerogeneradores para energía eólica. Los compradores locales son quienes negocian la tala de la balsa con las comunidades. Estas personas se acercan a las dirigencias ofertando cubrir necesidades básicas como luz, escuelas, incluso centros médicos. Derechos que deben ser garantizados por el Estado y no por ninguna empresa ni negociante de madera. Algunos dirigentes a veces aceptan sin evaluar la serie de problemas que acarrea esta forma de extractivismo. Las negociaciones son rápidas porque el intermediario sabe lo que quiere y sabe cuánto puede ofrecer.
El extractivismo salvaje de la balsa está generado, muchos conflictos, rompiendo vínculos comunitarios y arrasando con la cohesión y tradiciones en la comunidad. Peleas entre familiares, juicios de unos comuneros a otros, presidentes de comunidades acusados de llevarse el dinero, primos enfrentándose a machete por el lindero en el que se encuentra un árbol de balsa. Hasta familias enteras tirando de las ramas de un árbol para ver quién se queda con la madera. También las labores comunitarias se han visto fuertemente afectadas, porque los comuneros están todo el tiempo trabajando para sacar madera de las playas. No asisten a las asambleas ni a reuniones y abandonan las labores del cuidado social comunitario.
A esto se suman los daños ambientales y la contaminación. Por un lado, los aserraderos desechan lo que no les sirve del árbol de balsa y otros desechos en los ríos. Así, las crecidas se llevan todo río abajo. Y por otro, la gasolina de los cientos de canoas mezclada con el aceite termina en el río, afectando a la pesca de subsistencia. Ríos donde antes circulaban canoas transportando personas y alimentos entre las comunidades ahora parecen calles de Quito con tráfico de hora pico.
En el bosque, cortar un árbol de balsa de gran tamaño afecta a los ecosistemas. Su sombra da cobijo a plantas que sin la balsa ahora se secan bajo un sol abrazador. Las cotorras, que se alimentan de las flores de balsa, ya no cantan como antes, las loras se han ido en búsqueda de nuevos hogares, o los tapires y sajinos quedan descubiertos para la cacería ilegal.
Pero no todo es compraventa en la selva. Existen comunidades que se han opuesto al ingreso de las empresas y de los intermediarios, pues saben que la madera de la balsa constituye una parte fundamental en el equilibrio de la selva. Por ejemplo, para la Nacionalidad Sapara del Ecuador, el árbol de balsa es una protección natural contra los espíritus que viajan por los ríos y permiten la vida en las comunidades. Así, varias comunidades Sapara, Kichwa o Achuar se han expresado de manera contundente contra la intención devastadora de las empresas, quienes han intentado en varias ocasiones convencer a la dirigencia para promover el madereo dentro de sus territorios.
Un pequeño país amazónico, como el Ecuador, una vez más, mira cómo se desangran sus bosques y pueblos, esta vez con la extracción de balsa, para que otros países se declaren cero-carbono y con “energías limpias”.
ACCIÓN ECOLÓGICA
27 de marzo de 2021
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