Lunes, 20 de junio, 2016 El Universo. Por Simón Pachano –
Puede haber sido por la frase soltada al vuelo por Jaime Durán Barba o por la evidencia de la caída en las encuestas, lo cierto es que el alcalde de Quito se decidió por las obras faraónicas. Siguiendo ejemplos que están al otro lado del parque, comenzó a apostar en serio por el hormigón. Tan en serio que va a llenar de material gris la plaza República Argentina y las calles de todo el rededor. Sin un solo árbol que le haga sombra, su nombre quedará para el recuerdo en una placa plomiza como el resto. Un recuerdo, sin duda, cargado de enojo y palabrotas porque nunca se agradece por la creación de tugurios ni de zonas pensadas exclusivamente para los vehículos sin la más mínima preocupación por la calidad de vida.
Según la información oficial, la colosal obra tendrá un costo de más de 131 millones de dólares. Como viene ocurriendo en estos tiempos revolucionarios, habrá que tomarlo como un costo referencial, como fue el del aeropuerto, el de la ruta Collas o el del metro. Seguramente será necesario aplicar un factor de multiplicación, especialmente si está de por medio una empresa china que no tiene ninguna buena fama entre los organismos multilaterales. En realidad, según alguna información disponible, parece que no ha sido necesario iniciar la construcción para que suba el precio de la obra, porque este ya triplicaría los costos establecidos en un estudio realizado por ingenieros ecuatorianos. La diferencia de precio se debería a que el proyecto de estos profesionales no incluía el mamotreto de cemento sino que aprovechaba el terreno (la existencia de la quebrada que corre de occidente a oriente) para pasar por debajo de la plaza.
Seguramente ya es tarde para que el alcalde recapacite y mida las honduras en que se está metiendo. Sin embargo, aún podría enterarse de las soluciones sencillas, viables, baratas y efectivas que están al alcance de la mano y que podría aplicarlas allí mismo y en el resto de la ciudad. Sincronizar los semáforos, que no es ningún misterio y ni siquiera se necesita de gran tecnología, podría ser un buen comienzo. Solamente hace falta que un día se siente al volante de su auto y vaya constatando la parada obligatoria e inevitable en cada esquina. Con la función cronómetro del celular activada podrá comprobar que son más los minutos perdidos en cada cruce que los que le toma llegar al siguiente. De paso, también podrá admirar la habilidad de los policías de tránsito en el uso de la tecnología cuando chatean entre ellos mientras los vehículos se enmadejan por cuadras y cuadras.
Posiblemente ese contacto directo con la realidad –como el que tienen decenas de miles de personas todas las horas de todos los días– le servirá para comprender que las soluciones no están necesariamente relacionadas con la cantidad de cemento. Ciertamente, para ello deberá aceptar que esas otras soluciones no dejan espacio para la placa recordatoria, pero podrá desmentir la afirmación de Durán acerca del desconocimiento de la ciudad.
http://www.eluniverso.com/opinion/2016/06/20/nota/5646675/encementados
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