La biodiversidad y los conocimientos ancestrales en la mira del capital

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Con la expansión del capitalismo europeo del siglo XVI, en medio de crecientes rivalidades entre las potencias hegemónicas de entonces, se potenció la piratería. Los corsarios, que contaban con nanciamiento y con la “patente de corso” de sus Estados y en su benecio, atacaban a los navíos enemigos y se quedaban con una parte de la carga. Los piratas propiamente

dichos trabajaban por cuenta propia. Y entre ellos podríamos distinguir a los libusteros y a los bucaneros que de una u otra manera, busca- ban hacerse de riquezas asaltando los buques o los puertos. Corsarios, piratas, libusteros o bucaneros fueron una suerte de avanzadillas de las transnacionales contemporáneas, en tanto se desplegaban por el mundo conocido entonces, tratando de lucrar a como dé lugar de las múltiples oportunidades de “negocio” que ofrecían la conquista y la colonización.

Aunque poco conocido es el capítulo del robo de semillas y conocimientos ancestrales, la biopiratería ya era una práctica en esas épocas. Estas prácticas de apropiación indebida de conocimientos están documentadas en las acciones de los conquistadores e inclusive de varios de los famosos piratas y corsarios. Hoy su accionar se mantiene con otras formas.

Joan Martínez Alier (2012 diciembre 14) se pregunta ¿qué signi ca la biopiratería? Y responde: “se trata de una práctica extendida sobre todo a partir de la colonización europea, mediante la cual los misioneros, los represen- tantes de los Estados, los encargados de las empresas, los biólogos y los antropólogos dan a conocer y se aprovechan de los conocimien- tos ancestrales” de campesinos indígenas sobre plantas medicinales y agrícolas para su explota- ción económica, sin reconocer ni remunerar a quienes poseen esos conocimientos ancestrales.

“Los españoles, por ejemplo –nos dice Martínez Alier–, se llevaron de América las semillas y el conocimiento de la papa, el maíz, el jitomate, sin dar ni las gracias, y se llevaron también mu- chas toneladas de corteza del árbol de la quina o cascarilla y el conocimiento de sus efectos contra las ebres. En la actualidad, empresas o in- vestigadores extranjeros patentan esos conocimientos; la ayaguasca, por ejemplo. De la India –sigue Joan– se llevaron conocimientos sobre el arroz basmati y sobre las propiedades del árbol del Nim, y quisieron patentarlas”. Se conocen intentos famosos de biopiratería disfrazados de contratos de bioprospección. Y Joan concluye con un cálculo monetario para dar incluso un cariz crematístico a su argumentación: se calcula que África pierde al año 15 000 millones de dólares por los pagos no recibidos de empresas que patentan conocimientos agrícolas y medicinales indígenas.

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