Acción Ecológica

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Por Pablo Ospina
El Telegrafo- Editorial
Tomada de la edición impresa del 14 de marzo del 2009

 
Fue allá por los primeros meses del año 1990. Yo acababa de regresar de mis estudios fuera del país y volvía a mis andanzas de militancia radical con grupos cristianos comprometidos. En ese tiempo, como ahora, tratábamos de arreglárnoslas con la muerte de Monseñor Leonidas Proaño, el fin de su liderazgo y la mejor manera de ser fiel a su legado. El Movimiento por la Paz Leonidas Proaño, en cuya creación participó el propio obispo de los indios, buscaba inventar nuevas formas de aplicar el principio de la no – violencia activa, a la transformación radical del país. Acción Ecológica acababa de formarse meses antes mientras nosotros éramos una organización vieja de cuatro años. En una palabra, éramos chicos y audaces. Nos conocimos planificando y ejecutando la toma de las instalaciones del Tribunal de Garantías Constitucionales en febrero de 1990 exigiendo la delimitación del territorio huaorani y la suspensión de cualquier actividad extractiva en territorio Tagaeri.

“Acción Ecológica dignificó la política, llenándola de entrega y
de alegre radicalidad…”

Tuvimos mucho éxito durante un tiempo porque combinamos un lenguaje ético inusual en la política, un compromiso ardiente con los pobres y el ambiente, y una juventud irreverente y provocativa. Mientras nosotros seguimos luchando de otros modos menos públicos y más subterráneos, Acción Ecológica preservó todo eso. Lo mantuvo vivo y lo desarrolló. Hizo de un modesto bautizo en la acción no violenta, una norma de conducta y un estilo de vida pública. Dignificó la política, llenándola de entrega y de alegre radicalidad. Tejió amigos, incluso entre los adversarios. Su granito de arena ambiental a una sociedad más justa y más vivible es un terrón más compacto y poderoso de lo que muchos de sus adversarios quieren admitir.

Nadie está libre de pecados, de equivocaciones, de errores de juicio y de pasos en falso. Pero acusar a Acción Ecológica de “no cumplir sus fines” es algo más que un error de juicio. Revela una galaxia entera de distancia entre el presidente de la república, sus ministros y sus sabios asesores frente a los movimientos sociales que construyen el cambio social desde abajo y desde adentro. Muestra una arrogancia imperial. Peor. Desnuda lo peligrosa que puede volverse la arrogancia cuando se dirige contra aquellos que han luchado por décadas contra las injusticias y las tiranías de un poder destructivo.

Ojalá que si el Gobierno recapacita no lo haga por las malas razones. La mala razón es que le resulta incómoda la presión internacional, las cartas de miles de amigos, intelectuales y activistas del mundo entero que conocen mejor que cualquiera de los amigos del círculo presidencial lo que es “cumplir sus fines”. La buena razón sería que haga un giro de ciento ochenta grados en su comprensión del papel de movimientos sociales vitales e independientes en el cambio social. De movimientos sociales chicos y audaces que, para orgullo del Ecuador, Acción Ecológica nunca dejó de ser. 

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