SON CRÍMENES CONTRA LA NATURALEZA Y LA HUMANIDAD
El Colectivo Ecuador con Gestión de Riesgos estima que la inadecuada gestión de riesgos en los últimos cuarenta años, incluidos dos terremotos, la erupción del Tungurahua, el Fenómeno de El Niño, y la pandemia del COVID19, han significado pérdidas económicas de USD 145.886 mil millones de dólares y decenas de miles de muertes.
Más recientemente, es el cambio climático, en Ecuador y el mundo, uno de los graves problemas que debemos enfrentar, tanto por sus efectos como por sus causas. Las consecuencias de las crisis climáticas provocan enormes pérdidas humanas, significan cuantiosos costos sociales, y graves efectos sobre la naturaleza. Hace pocas semanas, las noticias daban cuenta de que el tifón Rai afectó a 400.000 personas en Filipinas, los incendios en Argelia desplazaron a miles de familias y que en Sudán del Sur más de 600.000 personas fueron afectadas por las inundaciones; de igual forma, millones de personas en Kenia, Somalia y Nigeria tienen problemas por las sequías y la pérdida de cosechas. Un informe reciente del Centro Climático de la Cruz Roja y la Medialuna Roja, señala que “desde el comienzo de la pandemia COVID-19, los desastres relacionados con el clima han afectado en el mundo al menos a 139,2 millones de personas y matado a más de 17.242; según esta misma entidad, en la última década el 83% de los desastres tuvieron que ver con los efectos de los cambios en el clima. En nuestro país, durante este año, se reportó falta extrema de lluvias en el centro-sur de la serranía y, en contraste, intensas lluvias en Quito y Guayaquil, o deslaves en Loja.
También la naturaleza está sufriendo. La muerte masiva de los corales, la grave disminución de los mamíferos en el Ártico o de los anfibios en los Andes, son solo muestras de cómo el calentamiento global provoca cambios en las condiciones climáticas afectando al planeta entero.
Desde hace varias décadas ya se conoce cuáles son las causas del cambio climático: la extracción y quema de combustibles fósiles. Es decir, el modelo industrial/militar y una economía petrodependiente que, junto al sobreconsumo, principalmente en los países industrializados del Norte, desde hace 150 años no para de emitir a la atmósfera gases con efecto invernadero. Es por este motivo que las crisis climáticas no pueden ser tratadas como fenómenos naturales, sino como desastres provocados con conocimiento de causa por una parte de la humanidad que se ha beneficiado de ello.
También, es necesario revisar varios de los términos que se usan en estos contextos, como son: amenaza, riesgo, vulnerabilidad o desastre. Son conceptos que tienen no sólo una carga histórica y cultural sino también ideológica, por lo que debemos ser cautos cuando nos encontramos con ellos. Está claro que existen riegos naturales debido a terremotos, tsunamis, o actividades volcánicas, pero el grado de vulnerabilidad frente a ellos no es igual para todas las personas.
Hay condiciones sociales y ambientales que exponen a unas a mayores riesgos y tienen mayores vulnerabilidades. Por ejemplo, los tsunamis no tendrían efectos tan devastadores si no se hubiera desprovisto a las costas de bosques de manglar u otra vegetación para instalar complejos turísticos o expandir piscinas camaroneras. Un terremoto no causaría tantas pérdidas si hubiera políticas urbanísticas, arquitectónicas o de construcción de infraestructuras que prohíban su ubicación en zonas sísmicas. Inclusive las erupciones volcánicas, si bien son inevitables, podrían provocar menos daños materiales o pérdida de vidas humanas con una política de gestión y disminución de riesgos adecuada y a largo plazo.
Existe también un tipo de riesgos por condiciones geológicas o hidrológicas -que en la mayor parte de los casos dejaron de ser naturales- como son los deslizamientos de tierra o las inundaciones provocadas por el desbordamiento de ríos. Estos resultan en desastres debido a la deforestación, la erosión o la alteración intencionada de los cauces de los ríos. Otros riesgos son extremadamente elevados, como por ejemplo los vinculados a infraestructura de represas hidroeléctricas, a la contaminación por vertimiento de sustancias tóxicas en las actividades petroleras o mineras. En este último caso, por ejemplo, en el proyecto minero Mirador de la empresa china ECSA, hay un riesgo inminente de que la presa de relaves se rompa, pudiendo causar un desastre sin precedentes en el país. Debido al elevado riesgo que representan estas actividades jamás se debió permitir el desarrollo de este proyecto.
No debemos dejar de mencionar el caso de las crisis sanitarias recientes por las epidemias de coronavirus como el MERS, las varias gripes porcinas H1N1, la gripe aviar, el zika, los SARS-CoV o el actual SARS-COVID19. Está claro que estas enfermedades zoonóticas que pasan a los seres humanos no son fenómenos naturales. Estas ocurren tanto por la cría industrial de animales hacinados, “genéticamente uniformes, con sistemas inmunológicos muy debilitados” o por la urbanización salvaje, el avance de megaproyectos mineros, petroleros, de carreteras o de gigantes centros industriales y comerciales que acaban con las barreras naturales de los bosques, aumentando el contacto con animales silvestres y la exposición a sus enfermedades. Al igual que con los desastres provocados por el cambio climático, el COVID-19 debe ser abordado como un hecho socioecológico.
Así, lo que constituye riesgos naturales o provocados, dadas las condiciones, pueden convertirse en desastres. De hecho, hay quienes sostienen que los desastres no son naturales, son riesgos mal manejados o mal gestionados. Y, en lugar de disminuir o eliminar los riesgos para evitar desastres se imponen términos como mitigación, resiliencia o adaptación.
Por ejemplo, ante el cambio climático se plantea la “mitigación” de las emisiones de CO2 con falsas y peligrosas soluciones, en lugar de hablar de la necesidad de dejar los hidrocarburos fósiles en el subsuelo. Es evidente que no hay voluntad política para evitar los riesgos asociados al calentamiento global, porque implicaría dimensionar los desastres climáticos como parte de una crisis civilizatoria. Otro término es el de la resiliencia -concepto de la física de materiales y la sicología- que plantea de facto que las víctimas deben adaptarse a las crisis provocadas por otros y ser flexibles ante la situación de desastre a la que han sido llevadas, sin detener lo que provocó el desastre climático.
Debemos rechazar la idea de que millones de víctimas debamos resignarnos a la nueva normalidad de los desastres climáticos. Por eso no queremos hablar de resiliencia, pero si de sostener la resistencia frente a los proyectos que los han provocado.
ACCIÓN ECOLÓGICA
29 de diciembre de 2021
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